85 años del bautizo de Juan Carlos de Borbón (y el tenso reencuentro de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia)
“No quiero ver tu fea cara nunca más”. Con esta frase, la reina Victoria Eugenia se despidió de su marido Alfonso XIII en el hotel Savoy de Fontainebleau al poco de emprender el exilio en abril de 1931 tras la proclamación de la Segunda República española. Ella se marchó a Reino Unido y desde allí le reclamó al apodado por la prensa francesa como “el rey playboy”, su dote, los intereses generados durante 24 años y una pensión anual, argumentando que estaban separados de facto. Él emigró a Roma. En la capital italiana nació, el 5 de enero de 1938, su nieto Juan Carlos I. En el bautizo del primer hijo varón de Juan de Borbón y Battenberg y María de las Mercedes de Borbón y Orleans, príncipes de Asturias, se reencontró el matrimonio real. No era la primera vez.
La abuela paterna del recién nacido, la reina consorte depuesta, ejerció de madrina vestida con un abrigo de terciopelo oscuro y un gran cuello de piel. En su tocado destacaba el broche de rubí de talla ovalada rodeado por diamantes dentro de un marco en flor, que data de 1850 y que se considera que perteneció a su abuela, la reina Victoria de Reino Unido y emperatriz de la India. Mientras, en su bolso brillaban, a la luz de los cirios, sus iniciales, VE, escritas con brillantes. El rey Juan Carlos estrenó para la ocasión el faldón de bautizo con encajes que después han utilizado sus tres hijos y sus ocho nietos para recibir las aguas en la pila bautismal de Santo Domingo de Guzmán.
El abuelo materno fue registrado como padrino del neófito, aunque como explicó el propio protagonista a José Luis de Vilallonga en El rey. Conversaciones con D. Juan Carlos I de España, el infante Carlos de Borbón-Dos Sicilias no asistió a la misa, “pues aquel era general con mando de tropas en el ejército español y no podía desplazarse”. Carlos, de quien Juan Carlos toma su segundo nombre, estuvo representado por el infante Jaime, tío paterno de la criatura, que había renunciado, presionado por Alfonso XIII y su camarilla, a sus derechos dinásticos en favor de su hermano Juan en 1933, argumentando su sordera como pretexto que lo incapacitaba como sucesor de su padre.
El rito se llevó a cabo el 26 de enero y fue oficiado por el cardenal Eugenio Pacelli, después papa Pío XII, en la capilla del Palacio Magistral de la Orden de Malta. La elección del templo se debió a su cercanía con el Palazzo Torlonia, donde se celebró la recepción posterior para los invitados y para esos pocos monárquicos españoles que se acercaron curiosos a conocer al que resultó ser el siguiente Borbón en sentarse en el trono de España. El palacio era propiedad de Alessandro Torlonia, príncipe de Civita Cesi, quien se había casado en 1935 con la infanta Beatriz de Borbón y Battenberg, tía paterna del bautizado. Alessandro y Beatriz eran, por otra parte, los abuelos del televisivo Alessandro Lequio.
Pese a la alegría del rey en paro, como él mismo se definía, por el nacimiento del heredero de su heredero, al que impuso aquella jornada la Insigne Orden del Toisón de Oro, el ambiente no era festivo, como recordó el propio padre de Felipe VI: “España estaba en plena guerra civil y la propia Italia se preparaba para entrar en otra… He oído hablar mucho a mis padres sobre la tensión en la que se vivía cuando yo nací. Para los míos, la guerra civil era una tragedia cuyo resultado parecía todavía incierto. Para muchos italianos, que detestaban el fascismo, el porvenir se presentaba de lo más negro”.
A la tensión a la que no hizo referencia el rey Juan Carlos es a la que se respiraba entre sus abuelos, Alfonso y Ena, quien después del encontronazo en el hotel Savoy habían vuelto a coincidir en el funeral de su hijo pequeño. En el verano de 1934, el rey Alfonso estaba pasando las vacaciones en la villa austriaca del conde Ladislao de Hoyos con los infantes María Cristina, Beatriz y Gonzalo, cuando la tarde del 11 de agosto los dos últimos decidieron matar el rato, entre un partido de tenis y una cena, asistiendo a un guateque. Por el camino, entre Klagenfurt y Pörtschach, sufrieron un accidente de tráfico al esquivar a un ciclista, el barón von Neumann, según relató la conductora, la infanta Beatriz. Ni ella ni su hermano sufrieron heridas pese a chocar contra un muro. De hecho, ambos volvieron en el coche descapotable que habían tomado prestado a su padre. Dos días después, una hemorragia interna acabó con la vida del benjamín de los Borbón y Battenberg, que todavía no había cumplido los 20 años. A pesar de que todos conocían que era hemofílico, una enfermedad que se caracteriza por una pobre coagulación sanguínea, a nadie se le ocurrió llevarlo al hospital después de darse un golpe en el pecho y el estómago contra el volante. Y es que en realidad quien conducía era él, aunque carecía de carnet. El entierro tuvo lugar en la localidad de Pörtschach. Sus padres, Alfonso y Victoria Eugenia, encabezaron el cortejo fúnebre, alejados, sin cruzar palabra ni mirada.
En el bautizo de ‘Juanito’, como lo conoce la gente que trata al rey emérito desde niño, el fotógrafo José Demaría Vázquez Campúa se las vio y se las deseó para sacar a los reyes juntos en la misma instantánea. Finalmente, Alfonso accedió a posar con su mujer para el retrato de familia, aunque sin disimular su rechazo conyugal.
Los reyes se habían conocido en el palacio de Buckingham en 1905, a donde el joven monarca español había acudido dentro de una gira por otras cortes europeas para encontrar consorte. El propósito inicial era conocer a otra sobrina de Eduardo VII, Patricia de Connaught. Sin embargo Patsy no mostró ningún interés en el español. Fue entonces cuando Alfonso XIII reparó en Victoria Eugenia, hija de la princesa Beatriz y Enrique de Battenberg, quien lo encontró “simpático, vivaz pero no guapo. Era meridional, muy meridional”. Después de un noviazgo epistolar y para disgusto de la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, madre del contrayente, se casaron el 31 de mayo de 1906 en los Jerónimos de Madrid.
La felicidad duró poco. El primer hijo, Alfonso de Borbón y Battenberg, como el citado infante Gonzalo y sus tíos maternos Leopoldo y Mauricio, también nació con hemofilia. Una enfermedad que padecen los hombres, pero transmiten las mujeres. Alfonso XIII, acostumbrado a que todo le saliese a pedir de boca, comenzó a culpar a su esposa de todas sus desdichas y ella a él, entretenidísimo con sus amantes, de su infelicidad. Tras el nacimiento de Gonzalo en 1914, el rey dejó de visitar el dormitorio de la reina. La pareja concibió seis hijos: Alfonso, Jaime, Beatriz, María Cristina, Juan y Gonzal; además de Fernando, que nació muerto. Antes de abandonar el Palacio Real de Madrid hacia el exilio la noche del 14 de abril de 1931, Alfonso XIII le resumió a Victoria Eugenia la situación de la siguiente manera: “Todo ha terminado, no hay nada en contra tuya, te puedes quedar esta noche y te irás mañana con los niños”.
Después del bautizo de Juan Carlos I, Alfonso y Ena coincidieron el 10 de junio de 1940 en la boda de su hija, la infanta María Cristina, con Enrico Marone Cinzano, donde compartieron sitio en el altar. Poco más tarde, el 28 de febrero de 1941, el hombre que nació siendo rey falleció en la suite real del Le Grand Hotel de Roma a causa de una angina de pecho. Atendido por el doctor Frugoni y sor Inés, las crónicas monárquicas aseguran que sus últimas palabras fueron: “Dios mío! ¡España!”. Otras cuentan que pidió un vaso de agua. Victoria Eugenia nunca consiguió divorciarse del hijo póstumo de Alfonso XII e intentó visitarlo días antes de su muerte, pero él se negó a recibirla. Ena sobrevivió al único hombre de su vida otros 28 años.
En 1980, cinco años después de que su nieto fuese proclamado como Juan Carlos I, los restos del rey fueron trasladados desde la romana iglesia nacional española de Santiago y Montserrat hasta la cripta real del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial en Madrid. Un lustro más tarde se hizo lo propio con los de Ena desde la capilla del Sacre Coeur de Lausana. Tras el paso del cadáver de la consorte por el pudridero, los malavenidos esposos reales descansan bajo el mismo techo, el uno frente al otro.
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